El ciclo del agua, también conocido como ciclo hidrológico, es el proceso natural y continuo mediante el cual el agua se transforma y circula por la Tierra, pasando por sus tres estados físicos: líquido, sólido y gaseoso. Este movimiento constante es esencial para mantener el equilibrio climático y garantizar la existencia de la vida en el planeta.
Desde los océanos hasta las nubes, el agua realiza un viaje permanente impulsado por la energía del sol y la fuerza de la gravedad, dos elementos que permiten que este recurso se renueve de manera ininterrumpida. Sin este ciclo, los ríos y lagos desaparecerían, las lluvias cesarían y la vida terrestre se vería profundamente afectada.

En la naturaleza, el agua se encuentra distribuida en mares, ríos, lagos, glaciares y depósitos subterráneos. Cada día, parte de esa agua se evapora, asciende a la atmósfera y retorna en forma de lluvia, nieve o granizo, repitiendo un proceso que se ha mantenido activo durante miles de millones de años.
El ciclo está compuesto por cinco etapas fundamentales: evaporación, condensación, precipitación, infiltración y transpiración. Cada una cumple una función vital dentro del equilibrio ambiental.
Durante la evaporación, el calor solar calienta la superficie de los océanos, ríos y lagos, provocando que el agua pase del estado líquido al gaseoso. Este vapor forma la humedad del aire y contribuye a la creación de nubes.
En regiones muy frías ocurre la sublimación, un fenómeno mediante el cual el hielo se transforma directamente en vapor sin pasar por el estado líquido. Aunque más lenta, esta fase es clave en los polos, donde las capas de hielo liberan vapor hacia la atmósfera.

Posteriormente, se produce la condensación, cuando el vapor de agua se enfría al alcanzar zonas altas de la atmósfera, convirtiéndose nuevamente en diminutas gotas que forman las nubes y la neblina. Cuando estas gotas aumentan de tamaño y peso, comienza la precipitación, que devuelve el agua a la superficie terrestre en forma de lluvia, nieve o granizo.
Una vez que cae al suelo, parte del agua se desliza por la superficie, formando arroyos y ríos, mientras otra parte se infiltra en el subsuelo, alimentando los mantos acuíferos y los manantiales naturales.
Las plantas también participan activamente a través de la transpiración, proceso mediante el cual absorben el agua del suelo y luego la liberan en forma de vapor por medio de sus hojas. La combinación de la evaporación y la transpiración se denomina evapotranspiración, y desempeña un papel decisivo en el mantenimiento de la humedad atmosférica y el equilibrio de los ecosistemas.
Cada gota que desciende del cielo inicia un nuevo recorrido, recorriendo kilómetros hasta regresar a los mares y océanos, donde el proceso vuelve a comenzar. Este ciclo continuo permite que el agua, aunque finita, sea constantemente reutilizada y redistribuida en toda la biosfera.
Entender el ciclo del agua es comprender el funcionamiento esencial del planeta Tierra. Las variaciones en sus fases determinan los regímenes de lluvia, afectan la agricultura, influyen en el abastecimiento humano y condicionan la vida de los bosques tropicales y las zonas áridas.
Por ello, los científicos advierten que la acción humana, como la deforestación y el cambio climático, puede alterar este equilibrio natural. Cuidar las fuentes de agua es cuidar el sistema que mantiene viva a toda la naturaleza.
